Huanchaco: 3500 años de surfing

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Por Agustín Panizo 

Después de conocer Huanchaco, resulta difícil separar la práctica del surfing moderno, con sus ligeras tablas de foam cubiertas de resina, de la tradición prehispánica de surcar olas sobre una embarcación hecha de atados de totora. Es difícil no reparar en esa continuidad: esa línea que reúne una misma práctica milenaria —surcar olas— y que simplemente ha incorporado nuevos vehículos de tecnología posterior a la Revolución Industrial. Cambia el equipamiento, pero los jinetes son los mismos: son las mismas personas que pasan del caballito a la tabla y viceversa, son “caballistas” y tablistas a la vez.

3500 años de surcar olas

Este pueblo de pescadores es el lugar donde más viva se mantiene la cultura milenaria de surcar olas, una práctica cultural que puede rastrearse por lo menos 3500 años atrás, algunos dicen que 5000. Los pescadores que hoy practican el arte de elaborar caballitos de totora, hacerse a la mar con ellos y surcar las olas hacia la orilla son herederos de una tradición pasada de generación en generación por miles de años. Cualquier persona que haya surfeado una ola conoce perfectamente el placer que esa sensación produce, de manera que la práctica recreativa del surf muy probablemente se originó en el Perú mucho antes que en cualquier otra parte del mundo. Algunos proponen, incluso, que esta práctica fue llevada de nuestras costas a las islas de la Polinesia en una expedición del inca Túpac Yupanqui, fechada según las crónicas alrededor de 1465, y de ahí pasaría a otras partes del mundo, entre ellas Hawái. Estas conexiones requieren de mayor sustento científico, pero lo que sí podemos decir con seguridad es que el Perú es la cuna del arte de correr olas. Y la comunidad tablista de Huanchaco es la más orgullosa heredera de esa tradición ancestral.

Huanchaco único

Huanchaco es una comunidad única en el surfing mundial. Y lo es por muchas razones. Pero antes de entrar en ellas, me permito anotar una característica que hace de Huanchaco un destino surfer diferente en su propio país: su horizontalidad social. Ya sea en la ola de El Elio o en la playa al lado del muelle donde se ubican las escuelas de tabla, en Huanchaco la práctica del surf siempre ha sido un espacio en el que se borra la escala social, tan evidente en otras actividades, deportivas o no, en nuestra compleja sociedad postcolonial. El surfing en Huanchaco es una actividad en la que se han encontrado personas de todo origen que en el agua se han hecho, como se dice con precisión, hermanos del mar. Y esa característica es, de cierta manera, en el mundo de la tabla peruana, un sello contracultural. 

Huanchaco y su mar democrático

Todos los que corremos olas, y más aún los que lo hacemos desde fines del siglo pasado, hemos conocido la visión de la tabla como un deporte de élite. Y aunque esta no es necesariamente la realidad hoy, esa asociación tiene un claro origen en las circunstancias en que nace la cultura del surfing peruano, como una práctica de la clase alta adinerada. Uno de sus más célebres miembros, Carlos Dogny Larco, es quien la trajo al Perú. De ahí que, a 585 kilómetros y dos décadas de distancia del Club Waikiki y la escena miraflorina, el origen de la tabla en Huanchaco haya sido menos exclusivo y más popular. No es el único lugar de nuestra costa en que esto ha ocurrido. Hay otros balnearios de la costa peruana en los que la tabla ha sido una práctica de orígenes más democráticos. Pero hay algo en Huanchaco que hace que esta característica se manifieste de modo más trascendental: en Huanchaco el surfing no solo es popular, es indígena. 

Conociendo el tup

En un descanso entre faenas encontramos a Carlos Ucañán, más conocido como Huevito. Nos cuenta que desde los 8 años aprendió a fabricar los tup, así llamados en lengua muchik, o caballitos, en la lengua española. Aprendió observando a su padre, que lo aprendió también de su padre, y así sucesivamente hasta donde se pierde la memoria. La totora usada como materia prima es sembrada en pozas de agua salobre y se mantiene con cuidados durante un año, al cabo del cual se cosecha. Luego se tiende al sol para el secado, que puede tomar más de un mes si hay poco sol. Después se clasifican las fibras por tamaños, que formarán los atados o haces: dos haces largos o “madres”, que van abajo a los lados, y dos haces cortos o “hijos” que van encima en el centro. Cada madre se ata a su hijo, en un amarre simétricamente inverso al de la otra pareja, de manera que el caballito sea recto hacia la popa y curvo en la proa, y cumpla su función a cabalidad: remontar las olas al ingresar al mar, surfearlas al salir a la orilla. 

El pescador usa además una caña como remo. En la parte posterior tiene un pequeño almacén llamado cajeta, donde van redes, aparejos de pesca y la faena. El placer de correr las olas nace con la etapa de entrenamiento: “Mi papá me incentivaba, me hacía mi caballito pequeño. Con esos caballitos pequeños ya nosotros salíamos al mar a equilibrarnos y a correr los mares, las olas. Para empezar, nos volteaba la ola, pero para aprender tienes que pasar por muchas cosas, pero uno es curtido, hasta que ya logré luego de muchos años aprender”.

Reserva Mundial de Surf

Este carácter indígena del arte de correr olas, solo compartido con Hawái, otorga a Huanchaco un sitial protagónico en el mundo del surf, que la ha llevado a ser reconocida como una Reserva Mundial de Surf, la quinta así declarada por la organización Save The Waves Coalition. Huanchaco es la única reserva peruana de este tipo, la primera en Latinoamérica, y la acompañan en la lista solo otras 12 reservas en el mundo. Tras la sugerencia de la surfista inglesa Caroline Warwick-Evans, la esforzada gestión estuvo a cargo de Carlos Antonio ‘Tiburón’ Ferrer, pionero de la tabla local, y culminó exitosamente con el nombramiento en 2013. Él cuenta que, cuando le consultaron a Fernando Aguerre sobre Huanchaco, este dijo que Huanchaco era a la cultura del surfing, lo que las pirámides de Egipto a la civilización. En la página oficial de la Save the Waves Coalition, se lee: “A la fuerte cultura oceánica de Huanchaco también se le atribuye ser la cuna del ‘caballito de totora’ del Perú, una de las primeras embarcaciones de surf conocidas de la humanidad, utilizada para surfear las olas tanto por trabajo como por placer”.

Tiempos modernos

En el último tramo de esta milenaria tradición, encontramos la llegada de la tabla moderna a esta región con una primera presencia en los años 50, cuando Carlos Dogny y Guillermo Ganoza traen del Club Waikiki las primeras tablas a la playa Las Delicias, un episodio sin continuidad. En realidad, el surfing prendió en el norte peruano en Huanchaco en 1965, cuando Rafael Otoya trae la primera tabla, ya hecha de foam y fibra de vidrio, y anima a su círculo cercano a practicar este deporte: Cute Ganoza, Roberto Otoya, Domingo Álvarez Calderón. Luego vendrían otros aficionados como Humberto Landeras y Bernardo Alva. El tiburón Ferrer pertenece a la tercera generación, que comienza a surfear a inicios de los 70, y que triplica la cantidad de tablistas que frecuentaban la ola de El Elio. Desde entonces hasta hoy, la práctica del surf en Huanchaco ha crecido considerablemente, y ha dado varios campeones: el tres veces campeón nacional Juninho Urcia, el múltiple campeón mundial de longboard, Piccolo Clemente, el héroe de Huanchaco, entre otros. Una visita al balneario revela esa condición de surf city: tiendas de surf, bares y restaurantes con fotos y murales de olas en las paredes, y un buen número de escuelas de tabla que ofrecen la experiencia a los turistas. 

La amenaza de la erosión costera

El deporte del surfing florece en Huanchaco, pero no está exento de problemas. “Toda la provincia de Trujillo sufre de una erosión costera dramática”, nos dice el Tiburón Ferrer, originada por la construcción del puerto de Salaverry que finalizó en 1959 y las sucesivas ampliaciones de su molón retenedor de arena, aunque la más funesta fue la ampliación realizada en 2016 por el gobierno central. Esta estructura ha capturado a lo largo de los años cerca de 100 millones de metros cúbicos de arena, lo que ha afectado el litoral hacia el norte. Esta erosión ha afectado dramáticamente la playa Las Delicias, que fue la primera en perder toda su arena casi inmediatamente, casi 100 metros de playa. El resto de playas le siguieron el paso: ya no existen Huanchaquito ni Buenos Aires. Gracias a su mayor distancia de Salaverry, y a su conformación geográfica que dibuja una ligera punta hacia la bahía norte, Huanchaco, aunque ha perdido muchísima arena, no ha desaparecido del todo, pues se beneficia de las arenadas que en verano producen los oleajes venidos del hemisferio norte. 

Esta erosión no solo afecta las olas sino toda la cultura marina de la zona, incluso ha causado la desaparición de muchísimas pozas de cultivo de totora, llamadas totorales, donde la planta se cultivaba ancestralmente desde tiempos inmemoriales. En el último episodio de la amenaza al litoral de Huanchaco, con la intención de detener la erosión, se planificó la construcción de espigones en la playa de Buenos Aires, obra que habría significado el tiro de gracia a la Reserva Mundial de Surf. La comunidad local dio la voz de alarma y la organización Saves The Waves Coalition envió un especialista que expuso sobre el potencial desastre que generaría una obra tan descabellada. Eventualmente y gracias a la unión de los colectivos locales, que alzaron su voz de protesta, se logró impedirla, y se modificó el diseño de los espigones de manera que no afectaran las olas de Huanchaco. La herramienta utilizada fue nuestra Ley de Rompientes, el dispositivo legal pionero en el mundo dedicado exclusivamente a proteger las olas aptas para la práctica del surf.

Huanchaco y sus rompientes protegidas

Huanchaco se encuentra protegido por la ley N.° 27280, Ley de Preservación de las Rompientes Apropiadas para la Práctica Deportiva, y figura en el Registro Nacional de Rompientes desde 2016, con un área protegida de 827,724 metros cuadrados, que comprende, de sur a norte, todas las olas de Huanchaco: La Poza, Sun Kella, El Elio, El Muelle, La Curva y El Boquerón. De hecho, Huanchaco fue el primer caso en que se puso a prueba la efectividad de esta ley, que probó ser un potente instrumento legal, que hoy es replicado en otros países que formulan normas similares. En el caso particular de Huanchaco, además de la protección de la rompiente, lo que se busca es asegurar la continuidad de la cultura viva, por lo que se protege el conocimiento ancestral de la pesca con caballitos de totora, lo que incluye la conservación de los totorales ubicados en la ribera al norte de la rompiente. A este lugar fueron trasladados por iniciativa del bisabuelo de Juninho Urcia, cultor ancestral de la pesca en tup, quien llevó rizomas de totora desde las pozas de cultivo en torno a la ciudadela chimú de Chan Chan hacia el nuevo emplazamiento actual. En este lugar se encuentran más de cien pozas de cultivo de donde los pescadores extraen el junco que les sirve de materia prima. Carlos Antonio Ferrer realiza monitoreos periódicos mediante vuelos de dron en que observa la salud e integridad del área de los totorales. Lamentablemente no todas las pozas están en buenas condiciones. A la pérdida de pozas por la erosión costera se suma hoy la contaminación ambiental, que ha impactado negativamente, enfermando la planta, que crece más débil. La mayor amenaza proviene de piscinas de oxidación de una planta de tratamiento de aguas servidas de SEDALIB, ubicada en el tablazo, la zona alta contigua a los totorales. Las filtraciones de estas piscinas han llegado a la napa freática y han contaminado las pozas, muchas de las cuales han quedado inservibles para el cultivo. Además, en el último verano la colmatación de las piscinas causó rebalses que terminaron destruyendo unas 80 pozas. De eso nos hablaba también Carlos Ucañán: “Ya la totora no está saliendo igual, poco a poco se está enfermando. La totora no tiene la ‘duradez’ de antes. Antes un caballito de totora nos duraba por lo menos dos meses. Somos testigos porque cuando cosechamos la totora vemos la fibra y sale (cubierta de) un polvo negro. Menos de un mes nos dura el caballito”.  

Hoy la población huanchaquera, una diversa comunidad de pescadores artesanales, caballistas, tablistas, inmigrantes y visitantes que han echado raíces en el lugar, se esfuerza por mantenerse como un destino surfer poseedor de una identidad única que, además de ser cuna de campeones, lo distingue de cualquier otro rincón de las costas del mundo: Huanchaco es la prueba viva de que el Perú es la indiscutible cuna del milenario arte de surcar olas. 

Por Agustín Panizo 


Fotos: Carlos Antonio Ferrer 

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